lunes, 11 de agosto de 2014

TU MATERIA OSCURA

LA META ROJA (Debajo del Umbral del Rojo)

No lo digo yo.

Lo dicen decenas de filósofos,
Lo gritan miles de científicos.
Lo condenan todas las religiones
y el común de los sentidos.

Y yo lo que digo es que ahora que no estoy aquí,
en mi casa que no es la mía,
donde la colada se hace sola,
los pantalones y las camisetas se tienden a dos manos y a dos patas
y luego se doblan -como tantos tontos como tantas otras-
saco de la nevera mi libro favorito de Ortega
“La rebelión de las casas”
y leo:

“Cuando el que habla
es el síndrome de los tabiques líquidos
se obliga a todas las cosas
a cambiar el continente por el contenido”

Y soy consciente de que ni Ortega ni su alter ego
-Gasset- hablan así. No sé cómo puede ocurrir.
Pero el caso es que ahora que no estoy aquí,
que de mi armario que no es mi armario
cuelgan una paleta, dos jamones, medio chorizo
y unas viandas con etiquetas y nombres de after-saves,
de cremas hidratantes, desodorantes y botes de colágeno,
saco de un zapatero que hay en el cuarto de baño
un misil intercontinental del tamaño de un pepino de medio kilo
que viene con una cápsula roja con forma de amapola
de la que cuando la miras sale una musiquita
que dice con notas aleatorias:


“usar el cohete solo en caso de ingerir la pastilla,
y la pastilla, solo en caso de que las paredes encojan,
en caso de que la bañera se vuelva una selva,
de la que salga Tarzán y cruce la sala
con la mona Chita montada en el elefante En-Dabua,
o en el inoportuno caso de que la melodía se vuelva esas palabras”
que repiten decenas de filósofos,
gritan miles de científicos,
condenan a todas las religiones
y al común de los sentidos.

Yo por eso sigo y os digo
que ahora que no estoy aquí
y que mis ojos ya no son los míos,
veo al mismo tiempo
todos los estados de la materia,
todos los colores que en un mismo flujo la rodean.
Saco mi perfume hecho de los sueños prestados y deseos robados
a esas noches vuestras de insinuaciones y de falsas guerras.
La fragancia que hace que cuando menos te lo esperas
puedas ver en la misma cara,
todas las manos, todas las piernas,
todos los hombros, cinturas y caderas.

Que veas en lugar de las sombras encadenadas a sus dueños,
como pesadas bolas a sus fantasmas etéreos,
auras polícromas financiadas con sexo ajeno, como si fueran eternas.
Como si todo el brillo del oro de los cimientos
de la montañosa, chocolatera y relojera Suiza,
fueran tus cumbres, tu lumbre y tus costumbres.
Pero ese es un aroma, una aureola,
que yo que no estoy aquí
puedo afirmar -y no me refiero a que pierdas peso-
que solo con pensarlo alteran tu campo gravitatorio,
lo que equivale a decir, que el agua de mi ducha es magnética
y la que bebo del grifo tiene color, tiene sabor y es ecléctica,
como que a través de los cristales de mis ventanas -que ya sabéis que no son las mías-
se le ven las dos caras a la luna,
se le ve la cara a todas mis muñecas.
Se ve todas las veces que la mía fue, es y será
la cara de otras tantas y tantas dobles monedas.
Las mismas que echan al vuelo para decidir

decenas de filósofos
miles de científicos
todas las religiones
y el común de los sentidos,

cuando piensan
definen sus teoremas
imponen sus dogmas
y te engañan a ti que estás aquí.
A ti que crees que la memoria, como tu vida,
tienen una razón,
que la imaginación es un deporte de alto riesgo,
y la realidad -trágate la pirula ya- todo aquello que has visto.

No lo digo yo.



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