TU MATERIA OSCURA
LA META ROJA (Debajo del Umbral del Rojo)
No lo digo yo.
No lo digo yo.
Lo dicen decenas de
filósofos,
Lo gritan miles de
científicos.
Lo condenan todas las
religiones
y el común de los
sentidos.
Y yo lo que digo es que
ahora que no estoy aquí,
en mi casa que no es la
mía,
donde la colada se hace
sola,
los pantalones y las
camisetas se tienden a dos manos y a dos patas
y luego se doblan -como
tantos tontos como tantas otras-
saco de la nevera mi
libro favorito de Ortega
“La
rebelión de las casas”
y leo:
“Cuando
el que habla
es el
síndrome de los tabiques líquidos
se
obliga a todas las cosas
a
cambiar el continente por el contenido”
Y soy consciente de que
ni Ortega ni su alter ego
-Gasset- hablan así. No
sé cómo puede ocurrir.
Pero el caso es que
ahora que no estoy aquí,
que de mi armario que no
es mi armario
cuelgan una paleta, dos
jamones, medio chorizo
y unas viandas con
etiquetas y nombres de after-saves,
de cremas hidratantes,
desodorantes y botes de colágeno,
saco de un zapatero que hay
en el cuarto de baño
un misil
intercontinental del tamaño de un pepino de medio kilo
que viene con una
cápsula roja con forma de amapola
de la que cuando la
miras sale una musiquita
que dice con notas
aleatorias:
“usar el cohete solo en
caso de ingerir la pastilla,
y la pastilla, solo en
caso de que las paredes encojan,
en caso de que la bañera
se vuelva una selva,
de la que salga Tarzán y
cruce la sala
con la mona Chita
montada en el elefante En-Dabua,
o en el inoportuno caso
de que la melodía se vuelva esas palabras”
que repiten decenas de
filósofos,
gritan miles de
científicos,
condenan a todas las
religiones
y al común de los
sentidos.
Yo por eso sigo y os
digo
que ahora que no estoy
aquí
y que mis ojos ya no son
los míos,
veo al mismo tiempo
todos los estados de la
materia,
todos los colores que en
un mismo flujo la rodean.
Saco mi perfume hecho de
los sueños prestados y deseos robados
a esas noches vuestras
de insinuaciones y de falsas guerras.
La fragancia que hace
que cuando menos te lo esperas
puedas ver en la misma
cara,
todas las manos, todas
las piernas,
todos los hombros,
cinturas y caderas.
Que veas en lugar de las
sombras encadenadas a sus dueños,
como pesadas bolas a sus
fantasmas etéreos,
auras polícromas
financiadas con sexo ajeno, como si fueran eternas.
Como si todo el brillo
del oro de los cimientos
de la montañosa,
chocolatera y relojera Suiza,
fueran tus cumbres, tu
lumbre y tus costumbres.
Pero ese es un aroma,
una aureola,
que yo que no estoy aquí
puedo afirmar -y no me
refiero a que pierdas peso-
que solo con pensarlo
alteran tu campo gravitatorio,
lo que equivale a decir,
que el agua de mi ducha es magnética
y la que bebo del grifo
tiene color, tiene sabor y es ecléctica,
como que a través de los
cristales de mis ventanas -que ya sabéis que no son las mías-
se le ven las dos caras
a la luna,
se le ve la cara a todas
mis muñecas.
Se ve todas las veces
que la mía fue, es y será
la cara de otras tantas
y tantas dobles monedas.
Las mismas que echan al
vuelo para decidir
decenas de filósofos
miles de científicos
todas las religiones
y el común de los
sentidos,
cuando piensan
definen sus teoremas
imponen sus dogmas
y te engañan a ti que
estás aquí.
A ti que crees que la
memoria, como tu vida,
tienen una razón,
que la imaginación es un
deporte de alto riesgo,
y la realidad -trágate
la pirula ya- todo aquello que has visto.
No lo digo yo.
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