LOS PERROS POSMODERNOS
En aquel tiempo me fui a tener diecinueve años
porque era posmoderno.
Había dejado atrás un castillo y un león
por una vanguardia.
Y si quería vivir en esa trinchera
lo que más importaba era que tenía que trabajar
y luchar y estudiar de madrugada
a Derridá a Houellebecq y a Lyotard.
Y lo relativo era posmoderno.
Un espíritu como un campo energético abstraído.
Tenía una habitación con el techo de papel
y un trabajo en una fábrica de asfalto.
Y esa habitación era un paraíso luminoso
gracias a ese trabajo que era un infierno pegajoso.
Y la cadena de producción me sufragaba los cómics
los libros La sonrisa vertical y la revista Anthropos.
Y viajé dentro de mí y dentro de otros.
Lo más cerca que se puede viajar lejos.
Como en un Aleph eterno. Como si el laberinto fuera yo
y tuviera que escapar de mí un amor desbocado.
Enfrentado siempre a una nueva bifurcación.
Y Jorge Luis me habló por boca de Juan Ramón.
"Conocerás la perfección y la perderás.
Como se pierden las lágrimas en la lluvia"
Pero entonces mi belleza era eterna
y mi juventud inmortal.
Que se mueran los feos, dije, que yo me quedo con
los perros posmodernos.
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